El precio de la falta de control emocional: cuando las pasiones dominan la razón
- Marisol Elias
- 29 ago
- 2 Min. de lectura
Vivimos en una época en la que la información vuela, los gestos se amplifican y cualquier desliz emocional se convierte en noticia. En este escenario, los estallidos de ira, los insultos o la violencia no sólo destruyen relaciones personales, sino que impactan comunidades enteras, instituciones y hasta naciones.
Lo vimos recientemente en la arena política: figuras de poder que, incapaces de contenerse, terminan protagonizando escenas de confrontación física y verbal. No se trata sólo de política; es un espejo de lo que nos ocurre como sociedad.

🤯 ¿Qué hay detrás de la falta de control emocional?
La neurociencia y la psicología coinciden: cuando el cerebro emocional (el sistema límbico) toma el control, la parte racional (corteza prefrontal) queda en segundo plano. Es decir, reaccionamos desde el instinto, no desde la reflexión.
Esto sucede en todos los niveles:
En el matrimonio, donde un enojo mal gestionado puede terminar en una herida emocional irreparable.
En el trabajo, donde una explosión de ira destruye reputaciones construidas durante años.
En la política, donde un momento de furia erosiona la confianza de millones.
La falta de autocontrol no surge de la nada. Generalmente se alimenta de heridas no resueltas, resentimientos guardados y la incapacidad de poner nombre a lo que sentimos.
⚖️ El verdadero poder: gobernarse a sí mismo
Aristóteles lo dijo hace siglos: “Cualquiera puede enfadarse, eso es fácil; pero enfadarse con la persona adecuada, en la intensidad adecuada, en el momento oportuno y por el motivo correcto… eso no es tan sencillo.”
El verdadero poder no está en someter a otros, sino en aprender a dominarse a sí mismo. Porque el control emocional no significa reprimir, sino canalizar. Implica reconocer la emoción, darle un cauce sano y responder desde la consciencia.
🌱 Claves para cultivar el autocontrol emocional
Pausa consciente: antes de responder, respira y date unos segundos. Esa pausa puede cambiar el rumbo de una conversación.
Nombrar la emoción: identificar si es enojo, frustración, miedo o tristeza permite gestionarla mejor.
Canalizar la energía: el enojo no es malo; es combustible. Usado con conciencia puede transformarse en fuerza para construir, no para destruir.
Autoconocimiento constante: mientras más conoces tus detonantes, menos te arrastran.
💡 Reflexión final
Cuando vemos a figuras públicas perder el control en espacios donde debería imperar la diplomacia, recordemos algo: no es un problema exclusivo de ellos, es una lección para todos.
El mundo no necesita más líderes que griten, golpeen o amenacen. Necesita personas —en el hogar, en la empresa, en la política y en la vida cotidiana— capaces de transformar sus emociones en sabiduría.
Porque la verdadera grandeza no está en imponerse a otros, sino en aprender a gobernar el propio mundo interior.
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